El lenguaje y las palabras que lo componen son herramientas imperfectas para la comunicación pues dependen de elementos coyunturales de los dos extremos de la línea y de l@s intermediarios si los hubiera.
Esos elementos coyunturales son tan variados y variables que en muchos entornos los damos por amortizados, los ignoramos porque asumirlos es ponernos ante una montaña de opciones que dan pavor.
Tras 20 años en el mismo entorno quirúrgico un hecho que no deja de llamar mi atención es que un buen porcentaje de las suspensiones de intervenciones quirúrgicas evitables se deban a que el paciente no deja de tomar un tratamiento "X" pese a que en la documentación clínica consta que se le ha informado de ello.
Con esos mimbres no son pocos los profesionales que cuestionan abiertamente que la atención centrada en el usuario y los procesos de decisión compartida sean una buena idea desde el punto de vista de la efectividad y seguridad por lo menos no para todos los pacientes en todas las circunstancias.
A principios de año se publicó en PLOS one un interesante estudio sobre el tema "Factors associated with patient recall of key information in ambulatory specialty care visits: Results of an innovative methodology"(1) en el que se exploró la capacidad de los pacientes de recordar los conceptos clave tras una consulta realizando una entrevista una semana después la consulta con el profesional se codificó usando herramientas validadas que permitían identificar los elementos tratados para luego buscar cuales de ellos eran recordados de forma espontánea cuales tras ser preguntados sobre los mismos y cuales no eran recordados de ningún modo así como si dicho recuerdo era o no correcto. El estudio muestra que lo que los pacientes recuerdan podría mejorarse si los profesionales utilizáramos más técnicas para fomentar su participación, como el interrogatorio abierto o técnicas "teach back" pero que estas se usan poco; también se encontró que el nivel de educación resulta significativo a la hora de analizar la capacidad de los pacientes para recordar los conceptos tratados en la consulta y hacerlo correctamente.
Por último no quiero dejar de señalar lo que muestra la infografía que ilustra esta entrada y es que el tipo de expresiones empleados para expresar la probabilidad de éxito (o de riesgo) puede conducir a confusión en los usuarios tanto o más que si usamos porcentajes para transmitir ese tipo de información.
Solemos decir que las enfermeras nos comunicamos mejor con los pacientes, que les "entendemos" más... ¿soportaría nuestra comunicación un análisis de este tipo? Si queremos asumir la responsabilidad que por formación ya nos corresponde tanto de forma independiente como dentro de un equipo multidisciplinar debemos mejorar nuestra capacidad no sólo para transmitir información sino para asegurarnos de que esta es comprendida por los usuarios. Bibliografía:
1) Laws MB, Lee Y, Taubin T, Rogers WH, Wilson IB (2018) Factors associated with patient recall of key information in ambulatory specialty care visits: Results of an innovative methodology. PLoS ONE 13(2): e0191940. https://doi.org/ 10.1371/journal.pone.0191940
OMG: es una abreviatura que en inglés viene a decir !!DIOS MIO¡¡ pero entre las enfermeras que seguimos de cerca el tema de los catéteres venosos periféricos es el acrónimo de uno de los estudios multicéntricos más conocidos sobre el tema: One million Global Catheters ahora parece que ambas expresiones se conjuntan.
Este fue un estudio abierto a nivel mundial encabezado por la Griffith University con el patrocinio de las principales marcas de catéteres periféricos que buscaba conocer sobre la prevalencia y el
cuidado de los catéteres periféricos incluyendo la media de duración e identificar los factores de riesgo que pueden contribuir al fracaso/fallo de un catéter periférico.
En concreto con estos objetivos:
1. Identificar y comparar la prevalencia de CIVPs en poblaciones de hospital en todo el mundo
2. Evaluar la prevalencia de complicaciones de los CIVP en pacientes en todo el mundo
3. Comparar internacionalmente la utilización de los CIVPs, incluyendo características de la cánula como el tipo y el tamaño, la inserción anatómica con los tipos de fluidos y medicaciones intravenosos
infundidas
4. Identificar factores de riesgo asociados con el fracaso de los CIVPs
5. Identificar la prevalencia de los catéteres redundantes (que no se utilizan ni son necesarios)
6. Identificar la práctica actual en el manejo y uso de los apósitos de los CIVPs
7. Identificar la práctica actual en los métodos de fijación de los CIVPs
8. Comparar los protocolos de trabajo de inserción y manejo de los CIVPs con los protocolos
internacionales
9. Animar futura investigación internacional colaborativa entre enfermeras de acceso vasculares
Se pedía una valoración a todos los pacientes (tanto adultos como pediátricos) que llevaran un catéter IV registrándose una serie de datos:
• Edad y sexo del paciente
• Tipo de paciente: médico/quirúrgico/oncológico/cuidados críticos
• Día y hora de la inserción del CIVP
• Marca del catéter (si se conoce)
• Quien insertó el CIVP (si se conoce)
• En qué servicio se insertó el CIVP (si se conoce)
• Localización anatómica del CIVP
• Calibre del CIVP
• Conectores IV utilizados
• Valoración del punto de inserción del CIVP
• Método de fijación del CIVP
• Tipo de apósito
• Valoración del apósito
• Prescripción médica actual
• Fluidoterapia IV actual
• Medicación IV actual
Bien pues el informe de dicho estudio se ha publicado(1) y sus conclusiones son demoledoras sobre todo en el resumen:
En este estudio, encontramos que muchos catéteres periférico se colocaron en áreas de flexión, eran sintomáticos o inactivos, tenían apósitos subóptimos o carecían de la documentación adecuada. Esto sugiere incoherencia entre las directrices de gestión recomendadas para los CIVP y la práctica actual.
Se registraron 40620 catéteres en 51 países. Se constataron diferencias regionales como que en Asia se insertan más catéteres finos (22-24G) o que tanto en Asia como en el pacífico amplios porcentajes de catéteres no tenían el calibre recomendado para el tratamiento que tenía pautado el paciente.
Un 10% de los catéteres mostraban signos/síntomas de flebitis con mucha más prevalencia en Asia, África y Sudamérica sin que tuvieran relación estadística con el tiempo de permanencia del catéter (punto para no pautar el recambio de catéteres).
Según las definiciones empleadas en el estudio un 14% de los catéteres deberían haber sido retirados pues no tenían razón para estar insertados.
Un 10% no tenía documentada quien realizó la inserción y un 36% no tenía documentada una evaluación el día que se realizó la toma de datos.
Vamos, como para decir !!!!DIOS MIO¡¡¡
MIS VISIONES
No me atrevo a decir que este estudio vaya a ser LA referencia a la hora de marcar prevalencia de uso de catéteres, calibres, emplazamientos etc. pero sí marca un punto de partida... al que no volver.
Los retos son muchos no únicamente la tasa de flebitis sino el registro de catéteres y su vigilancia, el uso de apósitos adecuados, el calibre, el emplazamiento... y no, no se puede mejorar en una única dirección sino que se ha de buscar avanzar en todo el conjunto pues un sólo cabo suelto puede deshacer la madeja... más que nunca proyectos como FLEBITIS ZERO adquieren todo el sentido; me siento afortunado de que sea una realidad y que lo sea en mi medio cercano.
Referencias:
1) Alexandrou E, Gillian Ray-Barruel, BSN, BA, ICU, Cert, Peter J Carr, Dip HE Nurs, H Dip A&E Nursing, BSc, MMedSc (Health Informatics), Steven A Frost, Sheila Inwood, CNS, Niall Higgins, GDipeH, Frances Lin, Laura Alberto, BN, MEd Dip.Com.Sc, Mermel L, Claire M Rickard, RN GradDip N(CritCare), PhD, FAHMS FACN, OMG Study Group, Use of Short Peripheral Intravenous Catheters: Characteristics, Management, and Outcomes Worldwide. J Hosp Med. Online Only. May 30, 2018. doi: 10.12788/jhm.3039
Por desgracia la elevada carga de "mis cosas" me ha impedido asistir a todo el evento pero a la vista del programa y por lo reflejado en redes sociales ha sido de traca total.
Yo tuve la fortuna de asistir el viernes para moderar una mesa sobre liderazgo enfermero en la que participaron Luis Arantón y Enrique Castro y quedarme hasta el final del congreso con la clausura a cargo de Carmen Sarabia Cobo
Sus tres ponencias a mi entender están fuertemente vinculadas al rededor de la idea el autoempoderamiento y cómo las estrategias respecto a los profesionales enfermer@s que busquen fomentar tal cosa han de encaminarse a proporcionar herramientas más que a entrar en conflictos de competencias.
Esto se justifica en que la principal meta de un auténtico liderazgo es crear más líderes
y ¿qué tiene que hacer una enfermera? Liderar los cuidados: ¿Lideras tus cuidados?
Y eso de "liderar tus cuidados" ¿donde debe ocurrir?
En tu espacio de trabajo y el ámbito de tus competencias.
Pero ¿y en los espacios marginales? esos espacios de conocimiento donde la norma no es clara son los que trató de abordar Enrique Castro en su charla ejemplificado con el esfuerzo por controlar y reducir la resistencia a antibióticos. Hay una diapositiva muy clara en su ponencia.
Está claro que lo necesario para adquirir alguna de estas competencias debería venir "de fábrica" a las enfermeras por eso en el RU ya se ha incluido en el curriculum de formación de grado.
No me cabe duda de que este campo será una buena piedra de toque para probar nuestra capacidad como profesión y para ello en primer lugar se necesitan líderes que planteen aquello que parece imposible.
Pero ¿y los directivos? Establecer estrategias que refuercen al profesional que se autoempodera y toma el control de su práctica clínica es el ejemplo de éxito que trajo Luis Arantón
Nos habló del catálogo de "Úlceras fora" y de como sirve de herramienta conjuntamente con un conjunto de guías de práctica clínica y un programa de formación en cascada y abierto a todos los profesionales ha empoderado a las enfermeras en el cuidado de las heridas relacionadas con la dependencia propiciando el establecimiento de consultas de cura en ambiente húmedo que asesoran a los profesionales con la ayuda del soporte de imágenes en la HCE.
He de repetir mis palabras al inicio de la mesa como autocrítica y declaración de intenciones: No es coherente que una mesa de liderazgo enfermero esté compuesta sólo de hombres. También he decir que en SEECIR tanto en la junta directiva como en los comités de los congresos la proporción de género es más acorde con la realidad profesional.
Termino agradeciendo la oportunidad de participar y la generosidad de Luis y Enrique al acudir a A Coruña.
Seguro que más de una vez has observado como en algún lugar o con algún equipo de trabajo te sientes implusad@ a autoexigierte más en el cumplimiento de las buenas prácticas de seguridad porque aprecias una dinámica positiva.
También habrás apreciado que poca gente se va a vivir a un barrio en el que el entorno está sucio, no hay ilumnación por la noche, hay pintadas etc etc...
Pues ambas cosas pueden estar relacionadas y su estudio puede proporcionarnos claves para mejorar los resultados que se ofrecen a los pacientes en los hospitales a continuación os ofrezco mi traducción de un artículo que lo explica.
Cristales rotos en el hospital: Debate sobre la teoría de la difusión del desorden y su aplicación en las organizaciones santiarias.
Kate Churruca, Louise A. Ellis1 and Jeffrey Braithwaite1 BMC Health Services ResearchBMC series – open, inclusive and trusted201818:201 https://doi.org/10.1186/s12913-018-3012-2
Situación
Pese al creciente interés por la calidad y la seguridad en la sanidad en las últimas dos décadas, los indicadores de variaciones injustificadas, eventos advesos y daño al paciente que se puede prevenir siguen altos [1, 2]. Uno de los factores que contribuyen a los problemas en la calidad y la seguridad del paciente es la forma en la que los "cuidados suboptimos" y los comportamientos de riesgo de los profesionales sanitarios con frecuencia son "fácilmente normalizados en las rutinas de la organización y la cultura de los servicios, especialmente si dichos servicios están infradotados" ([3], p. 201, [4]). En este artículo, presentamos una nueva aproximación a estos procesos de normalización en la sanidad, que puede proporcionar nueva luz sobre las relaciones entre el medio físico y social de los hospitales, por una parte y la psicología y los comportamientos de los profesionales sanitarios que trabajan en ellos, por otra. Adaptado desde la sociología y la psicología social esta aproximación se enfoca en la forma en la que el desorden operativizado como social y física, puede perpetuarse y propagarse e los comportamientos individuales. Se conoce normalmente como la teoría de los cristales rotos.
Texto principal
Cristales rotos: una teoría sobre la propagación del desorden en los barrios
Hace casi 40 años, Wilson y Kelling usaron los cristales rotos como metáfora del desorden en los barrios, argumentaron que "si una ventana de un edificio se rompe y no es reparada, el resto de las ventanas estarán pronto rotas" [5]. Simplificando la teoría de los cristales rotos (TCR) propone que los signos visibles de desorden en los barrios (ventanas rotas, grafitis, basura o edificios en ruinas) llevan a comportamientos de desorden (descuidar el entorno, vandalismo, actividades antisociales) porque porporcionan claves sobre que este tipo de acciones se toleran normalmente y que los habitantes tienden a imitar o deben marcharse. Los signos de desorden también se cree que transmiten a los vecinos de potenciales problemas de seguridad en el área, llevandoles a abandonar los espacios públicos y por lo tanto a una reducción del control social informal que puede perpetuar ese efecto [5].
La TCR proviene de la teoría psicologíco-social del declive urbano sirviendo a campos como la criminología, sociología y salud pública [6] y está siendo usada con mucha controversia como apoyo a la puesta en marcha de las políticas de Tolerancia-Zero [7].
Se han adelantado aspectos conceptuales y metodológicos en el estudio de los cristales rotos, con Sampson y Raudenbush [8]señalando que la mayoría de estas investigaciones han asumido que el desorden como un fenómeno esencial y objetivo, mientras que argumentan que el contexto y los estereotipos culturales (racismo, clasismo) tienen mucho que ver con lo que se define como "desorden" y porqué es considerado un problema. Otras aseveraciones tienen que ver con si es mejor estudiar las percepciones de los residentes o observar sistemáticamente el desorden y de qué forma es conceptualmente distinto el desorden físico del social [9].
No obstante, una forma potencialmente fructífera de contabilizar un efecto tipo TCR ha sido entender que el desorden perpetúa "las vulneración de las normas" [10, 11, 12]. Se habla de vulneración cuando la gente rompe deliberadamente las reglas o falla en el cumplimiento de los procedimientos debido frecuentemente al equilibrio percibido de los costes y beneficios de dicha acción [13]. El enfoque de TCR respecto a las vulneraciones sugiere que el desorden se propaga porque en situaciones en las que el coste potencial de incumplir la norma es bajo (A persar de que pueden existir beneficios de esta acción), los individuos dependen más de las claves contextuales. Emplean esas claves para evaluar la posibilidad y severidad de que reciban una sanción por realizar unas conductas igualmente inapropiadas a las que ya se perciben en el medio. Por lo tanto, como se muestra en la figura 1, el desorden visible (basura por ejemplo) no sólo conlleva una probabilidad mayor de que se vulnere la misma norma (más basura), pero puede agravarse, teniendo "efectos indirectos cuando las vulneraciones de una norma fomentan el incumplimiento de otras como cruzar mal la calle o el vandalismo" ([12], p. 101).
De acuerdo con esta visión, el desorden es una prueba de falta de contol social, mientras que la presencia de expectativas, valores y confianza compartidos por los usuarios de un espacio (llamado "capital social local" o "eficacia colectiva") se piensa que fomenta los intentos de mantener el cumplimiento de las normas y ly la valoración de la reputación personal y comunitaria, por ejemplo, sancionando a otros que violan la norma [12, 14]. Por tanto, un barrio con alto capital social se espera que muestre mayor control y menor propensión a tener "cristales rotos" en un principio. Sin embargo, se ha sugerido que esto conduce a un efecto de interacción (entre el desorden y el capital social) con áreas de más capital social que muestran un efecto mayor de los casos de "cristales rotos" debido a que las claves contextuales tienen más notoriedad en un entorno bien controlado y con tendencia a cohesión social (por ejemplo la conformidad con el comportamiento de otros) entre aquellos con alto capital social [12].
El desorden es una prueba de falta de contol social, mientras que la
presencia de expectativas, valores y confianza compartidos fomenta los intentos de mantener el
cumplimiento de las normas.
Más allá del barrio: Los cristales rotos del hospital.
Últimamente la TCR ha sido aplicada más allá de los barrios a entornos no anónimos más pequeños y cerrados como los entornos laborales. Ramos y Torgler , por ejemplo[15], encontraron que los académicos tiraban basura al suelo con más frecuencia cuando la cocina comunitaria estaba desordenada y que esto ocurría incluso aunque hubiera un observador presente (mayor riesgo de sanción). Esto es, la presencia de desorden (cubertería y vajilla en el fregadero o envoltorios abandonados los asientos) incrementaban la posibilidad de que el personal vulnerara la norma objetivo (echar basura al suelo). Este hallazgo sugiere la utilidad potencial de extender la TCR más allá del contexto del barrio y que podría servir para explicar algunos de los comportamientos inapropiados pero con consecuencias pequeñas que observamos en los entornos laborales [16].
Sin embargo, en otros tipos de ambientes laborales, como los hospitales y otros lugares de prestación de atención sanitaria, aunque aparentemente las desviaciones o vulneraciones pequeñas (por ejemplo tomar atajos al leer la dosis de un medicamento, o en la higiene de manos) en las normas de trabajo pueden tener consecuencias mortales [4]. Al mismo tiempo, la limitada evidencia disponible sugiere que dichas vulneraciones son marcadamente frecuentes y a menudo toleradas entre los profesionales sanitarios y tienden a realizarse porque proporcionan algún otro beneficio (Eficiencia, Mejora de la atención centrada en el paciente, mejora personal) pese a ser una desviación de la norma [4, 17, 18]. Esto plantea algunas cuestiones ¿es un efecto tipo "cristales rotos" lo que observamos en el medio hospitalario? y si es así ¿Podría este efecto tener consecuencias en la prestación de atención sanitaria a los pacientes?
Ya hubo menciones breves a efectos del tipo "cristales rotos" en los hospitales. Por ejemplo al preguntarse ¿porqué es tan difícil la seguridad del paciente?, Dixon-Woods argumenta que al igual que pequeñas infracciones fomentan los comportamientos criminales en la TCR las "distracciones triviales son consecuencia del clima global de seguridad" en sanidad [19]. La investigación empírica en sanidad también se ha basado en la TCR; sin embargo, se ha limitado a la forma en la que TCR puede explicar la perpetuación de la vulneración de normas por los profesionales sanitarios y pacientes, adoptanto por tanto un punto de vista limitado a la ateración social y sin tomar en cuenta el desorden físico o los efectos en los resultados de los pacientes [20].
Al igual que pequeñas infracciones fomentan los comportamientos
criminales en la TCR las "distracciones triviales son consecuencia del
clima global de seguridad" en sanidad.
Sin embargo, revisando la literatura parece que hay un buen número de razones para apoyar la aplicación completa de la TCR en el contexto hospitalario. La asistencia sanitaria a pacientes agudos es una industria de alto riesgo; empero a diferencia de otras industrias de ese tipo (energía nuclear, aviación), hay pocas reglas impuestas; en cambio, las directrices, protocolos y políticas se aplican de manera flexible, con personal que a menudo trabaja de manera independiente y es capaz de ejercer el juicio clínico [21, 22, 23]. En tal ambiente, algunos comportamientos entre el personal es menos probable que encuentre un control formal o informal; no obstante, algunos "atajos" puden entrar en conflicto con los procedimientos formales o informales de la organización (por ejemplo la norma [17, 24]).
Tomemos el caso de la falta de adherencia a los procedimientos de higiene de manos. La mala higiene de manos es una de las causas de infecciones nosocomiales más controlable[25]. Erasmus, Brouwer, van Beeck et als [26] investigaron porqué a menudo hay poca adherencia entre los profesionales de los hospitales. Encontraron que, a pesar de los aspectos positivos, el lavado de manos también presentaba algunas desventajas, como provocar sequedad o irritación en las manos, y requerir un tiempo considerable. Además, se vio una falta de control social para esta práctica, los profesionales se sintien incómodos al abordar las "vulneraciones de las normas" con sus colegas. De hecho, el personal subordinado a menudo decían seguir el comportamiento de los que ocupaban puestos superiores. De una forma similar de Saint Maurice, Auroy, Vincent y Amalberti [27]
mostraron que la adherencia con las reglas en anestesia se fue erosionando a lo largo de un año debido aparentemente a las vulneraciones de los profesionales con mayor jerarquía.
Amalberti, Vincent, Auroy y Saint Maurice [4]
han propuesto un marco para comprender la aparición de vulneraciones en sanidad, que comparte ciertas similitudes con el TCR, implicando, la "migración" del medio hacia uno de "ilegalidades normales". Esto es, las desviaciones de las prácticas correctas entre el personal son cada vez más toleradas, normalizadas e incluso requeridas en un entorno de prestación de atención presurizado, donde las compensaciones (por ejemplo, comportamiento seguro frente a comportamiento eficiente) son a menudo parte esencial del trabajo que se realiza. Esta "migración" del sistema a menudo es problemática; la tolerancia de las violaciones cada vez más extremas de las normas en este contexto puede tener efectos similares a los de la delincuencia vecinal, ya que puede causar daños a los pacientes o incluso la muerte [28].
Las desviaciones de las prácticas correctas entre el personal son cada
vez más toleradas, normalizadas e incluso requeridas en un entorno prestación de atención presurizado, donde las compensaciones son a
menudo parte esencial del trabajo que se realiza
Tradicionalmente, la TCR se ha usado como explicación de la relación entre los comportamientos y el entorno físico (por ejemplo desorden). Hay menos pruebas para apoyar la idea de que el desorden físico perpetue el desorden social en el medio hospitalario, o tiene otros efectos secundarios indeseables como empeorar los resultados en los pacientes. Pese a todo el ambiente de trabajo es un sistema reconocido mediante el cual se proporciona una atención segura y fiable a los pacientes [29, 30, 31], con factores como la arquitectura, el ruido y la iluminación que se sabe que afectan a la seguridad de la prestación de cuidados [32]. Más allá de las cuestiones de limpieza, y los elementos de mantenimiento y diseño (por ejemplo, número de lavabos, superficies fáciles de limpiar) que podríamos esperar que tengan una asociación directa con los resultados de la seguridad del paciente [33], también hay pruebas de que existe una relación entre el orden de los espacios de trabajo y la forma en que el personal se comporta en ellos. Gershon, Karkashian, Grosch et als[34], en una encuesta sobre el clima de seguridad en el hospital, encontraron que la percepción de los espacios de trabajo como limpios y ordenados se asoció fuertemente con la tendencia a cumplir con las prácticas seguras. Esto sugiere el potencial papel del desorden físico en la adherencia del personal con las prácticas seguras, que podría afectar negativamente a la prestación de cuidados. Por lo tanto, proponemos adaptar a un contexto hospitalario la teoría de la propagación del desorden. Fig 2
Fig. 2
Adaptación de las premisas de la TCR al contexto del hospital. Signos visibles de desorden señalan falta de control o problemas con el ambiente de trabajo. Esto podría llevar al personal a vulnerar las normas menores como la higiene de manos. Estos comportamientos perpetuarán futuros signos de desorden y otras vulneraciones de otros profesionales. En un tiempo la relación de refuerzo entre el desorden y la vulneración de normas incrementan el reisgo de daño a los pacientes y el sistema migra a una "ilegalidad normal".
Si el efecto "cristales rotos" puede explicar alguno de los problemas documentados en la prestación de atención segura a los pacientes, las implicaciones potenciales de aplicar la TCR a la sanidad pueden ser significativas. Señalaría algunas estrategias muy claras para la mejora de la calidad, así como formas de mejorar la satisfacción del paciente y del personal, en "cuidar de las pequeñas cosas", por ejemplo, manteniendo el entorno físico limpio y ordenado. No se trata de sugerir un enfoque similar a la "tolerancia-zero" con las vulneraciones en la sanidad como se ha aplicado en al desorden en medio urbano, porque a menudo la propia naturaleza del trabajo (complejo, dinámico y con mucha presión temporal) requiere que el personal realice diversas transacciones o se involucre en atajos necesarios [17, 35], en su lugar debemos asegurarnos de que la "migración" del sistema no vaya demasiado lejos, que las prácticas inseguras no se normalizan y que los diversos actores clave (Politicos, gestores, clínicos y pacientes) realicen esfuerzos para entender y abordar las razones por las que ocurren las vulneraciones críticas o las variaciones injustificadas de la atención [21, 22]. Hablamos de encontrar un equilibrio en un sistema complejo adaptativo más que de imponer más controles o engorrosos reglamentos al sobrecargado personal [36, 37].
Busquemos encontrar un equilibrio en un sistema complejo adaptativo más que de
imponer más controles o engorrosos reglamentos al sobrecargado personal
Por lo tanto hay un trabajo por delante para estudiar si la TCR se sostiene en los contextos de atención sanitaria: Si el desorden social y físico perpetúa la alteración y si es así, de qué forma puede estar afectando a los resultados. No se trata de una tarea sencilla. Si el estudio de la TCR en contextos urbanos ha sido un trabajo delicado, su aplicación en el medio hospitalario plantea retos similares y únicos. Por ejemplo, definir conceptualmente y operativizar el desorden y hacer la distinción entre desorden social y físico sigue siendo un reto en ambos medios [9]. Qué se considera desorden en un hospital puede ser más una cuestión de consenso más que una cualidad esencial del medio del mismo modo que la naturaleza del error en sanidad es fluida, abierta en ocasiones a ocasiones y discusión [38]. Además la relación entre el control social y el capital social con el desorden sugiere que algunos de los constructos que queremos estudiar en los centros sanitarios, en particular la implicación de los clínicos [39] y el trabajo en equipo [40] tendrían efecto sobre cualquier relación entre el incumplimiento de las normas y el desorden en los hospitales. La implicación, por ejemplo, puede hacer que la plantilla tenga mayor seguimiento de las normas aún habiendo desorden, mientras que el trabajo en equipo puede tener el efecto opuesto, pues la cohesión de grupo proporcionaría las condiciones ideales para que se propague el desorden [12]. El asunto es que no sabemos si estas suposiciones se sostienen, pero es un tema lo suficientemente importante como para que desarrollemos un programa de investigación para evaluarlas.
Metodológicamente, la realización de estudios experimentales de diseño naturalista de la TCR (por ejemplo ) no es fácil de conseguir en los hospitales, donde realizar manipulaciones con el desorden y observar si lleva al personal a infringir las reglas o divergir de las guías implica cuestiones éticas más potentes con efectos potencialmente perjudiciales en la atención al paciente. Así pues, el primer paso para estudiar este fenómeno debe ser, necesariamente, examinar las asociaciones entre el orden y los resultados de los pacientes, e inicialmente implicaría abordar el reto de llegar a algún tipo de forma rigurosa de medir el desorden específicamente en el contexto de la atención sanitaria. Dado el debate con respecto a las evaluaciones subjetivas versus objetivas del desorden, los diversos tipos de recolección de datos (por ejemplo, las encuestas al personal y las observaciones estructuradas dirigidas por los investigadores) son objetivos probables. En el futuro, podríamos considerar como están situados los hospitales en su vencindario y en contextos más amplios (regional o nacional). Siguiendo el argumento de Sampson y Raudenbush [8]. de que el estigma social afecta a lo que se considera desorden esto puede permitirnos desentrañar relaciones más complejas entre la desigualdad, el desorden en el hospital y los resultados para el paciente y el personal.
Conclusiones
Como forma novedosa de estudiar los hospitales y el comportamiento del personal la TCR se alinea con otras tendencias en la compresión de la calidad y la seguridad de la atención sanitaria en las últimas décadas, incluyendo evitar culpar a las personas y centrarse en los sistemas [41], y el reconocimiento de que el contexto importan [42, 43]. En su relativamente intuitiva categorización del entorno físico y social (mediante el concepto de desorden) la TCR podría orientar la brújula en la dirección de una mejor comprensión de como funciona la sanidad en la práctica.
Hay mucho trabajo por hacer. Sin embargo, la promesa de la TCR tiene un considerable valor. Los beneficios potenciales son altos y los costes mínimos, entonces la pregunta es: mantener la cosas limpias, arregladas y ordenadas ¿Cual es el problema?.
Bibliografía
Classen
DC, Resar R, Griffin F, Federico F, Frankel T, Kimmel N, Whittington
JC, Frankel A, Seger A. James BC: ‘global trigger tool’ shows that
adverse events in hospitals may be ten times greater than previously
measured. Health Aff. 2011;30(4):581–9. https://doi.org/10.1377/hlthaff.2011.0190.View ArticleGoogle Scholar
Hollnagel E, Braithwaite J, Wears RL, editors. Resilient health care. Farnham: Ashgate Publishing, Ltd.; 2013.Google Scholar
Wears
RL, Hollnagel E, Braithwaite J, editors. Resilient health care, volume
2: the resilience of everyday clinical work. Surrey: Ashgate Publishing,
Ltd.; 2015.Google Scholar
Debono
D, Taylor N, Lipworth W, Greenfield D, Travaglia J, Black D,
Braithwaite J. Applying the theoretical domains framework to identify
barriers and targeted interventions to enhance nurses’ use of electronic
medication management systems in two Australian hospitals. Implement
Sci. 2017;12(1):42. https://doi.org/10.1186/s13012-017-0572-1.View ArticlePubMedPubMed CentralGoogle Scholar
Erasmus
V, Brouwer W, van Beeck EF, Oenema A, Daha TJ, Richardus JH, Vos MC,
Brug J. A qualitative exploration of reasons for poor hand hygiene among
hospital workers: lack of positive role models and of convincing
evidence that hand hygiene prevents cross-infection. Infect Control Hosp
Epidemiol. 2009;30(5):415–9. https://doi.org/10.1086/596773.View ArticlePubMedGoogle Scholar
Braithwaite
J, Donaldson L. Patient safety and quality. In: Ferlie E, Montgomery K,
Reffs A, editors. The Oxford handbook of health care management.
Oxford: Oxford University Press; 2016. p. 325–51.Google Scholar
Reiling
J, Hughes RG, Murphy MR. The impact of facility design on patient
safety. In: Hughes RG, editor. Patient safety and quality: an
evidence-based handbook for nurses. Rockville: Agency for Healthcare
Research and Quality; 2008.Google Scholar
Gershon
RRM, Karkashian CD, Grosch JW, Murphy LR, Escamilla-Cejudo A, Flanagan
PA, Bernacki E, Kasting C, Martin L. Hospital safety climate and its
relationship with safe work practices and workplace exposure incidents.
Am J Infect Control. 2000;28(3):211–21. https://doi.org/10.1067/mic.2000.105288.View ArticlePubMedGoogle Scholar
Ekstedt
M, Cook R. The Stockholm blizzard of 2012. In: Wears RL, Hollnagel E,
Braithwaite J, editors. Resilient health care volume 2: the resilience
of everyday clinical work. Surrey: Ashgate Publishing Limited; 2015.Google Scholar
Braithwaite
J, Churruca K, Ellis LA, Long J, Clay-Williams R, Damen N, Herkes J,
Pomare C, Ludlow K. Complexity science in healthcare – aspirations,
approaches, applications and accomplishments: a white paper. In. Sydney:
Australian Institute of Health Innovation, Macquarie University; 2017.Google Scholar
Braithwaite
J, Wears RL, Hollnagel E, editors. Resilient health care: reconciling
work-as-imagined and work-as-done. Boca Raton: Taylor & Francis;
2017.Google Scholar
Bosk CL. Forgive and remember: managing medical failure. 2nd ed. Chicago: University of Chicago Press; 2003.View ArticleGoogle Scholar
Sexton
JB, Helmreich RL, Neilands TB, Rowan K, Vella K, Boyden J, Roberts PR,
Thomas EJ: The safety attitudes questionnaire: psychometric properties,
benchmarking data, and emerging research. BMC Health Serv Res 2006,
6(1):44.Google Scholar
Reason J. Human error: models and management. Br Med J. 2000;320(7237):768–70.View ArticleGoogle Scholar
Braithwaite
J, Herkes J, Ludlow K, Testa L, Lamprell G. Association between
organisational and workplace cultures, and patient outcomes: systematic
review. BMJ Open. 2017;7:e017708. https://doi.org/10.1136/bmjopen-2017-017708.